ESQUIANDO
Acabo de volver a esquiar. Que conste que me lo he pasado bien, pero es necesario hacer una serie de reflexiones que a lo largo de esta semana han estado en mi cabeza.
Por que plantear unas vacaciones con la premisa de levantarte a las ocho de la mañana, para dedicarte a pegarte una paliza de la leche, sin comer apenas hasta las cinco de la tarde, pues como que en principio pues que no. Pero como buen ser humano, allí que voy y repito oye, y llego al final del viaje más cansado que al principio, con agujetas, con zonas de mi cuerpo que ni siquiera conocía que me bombardean con un dolor insoportable.
Y eso que yo practico el esquí extremo. Que cuidado, lejos de engañaros con el nombre, consiste fundamentalmente en ir de extremo a extremo de la pista, de forma que una pendiente del 60% se convierte por magia de la física en una colineta nevada.
Eso por no hablar de las botas. Joder, que puta tortura. LLevo toda la semana pensando en la gran revolución que supondría el diseñar unas zapatillas para esquiar, en lugar de esos enjendros duros, que te destrozan por dentro y por fuera, con esos cierres más cercanos a cualquier juguete sexual de la inquisición que a otra cosa. Por lo menos este año me parece que acerté con el número, y no tendré que soportar el tener dormidos durante tres meses los dedos de los pies (cosa que me sucedió el año pasado, y que no debe ser raro). Por todo eso, me pregunto, que cojones hago yo, que no he olido el deporte ni de lejos, que solo lo concibo en un bar con unas cervecitas, metido en una montaña, donde ni siquiera se acercan los osos.... Pues por la cervecita de la nieve hombre!
Por que plantear unas vacaciones con la premisa de levantarte a las ocho de la mañana, para dedicarte a pegarte una paliza de la leche, sin comer apenas hasta las cinco de la tarde, pues como que en principio pues que no. Pero como buen ser humano, allí que voy y repito oye, y llego al final del viaje más cansado que al principio, con agujetas, con zonas de mi cuerpo que ni siquiera conocía que me bombardean con un dolor insoportable.
Y eso que yo practico el esquí extremo. Que cuidado, lejos de engañaros con el nombre, consiste fundamentalmente en ir de extremo a extremo de la pista, de forma que una pendiente del 60% se convierte por magia de la física en una colineta nevada.
Eso por no hablar de las botas. Joder, que puta tortura. LLevo toda la semana pensando en la gran revolución que supondría el diseñar unas zapatillas para esquiar, en lugar de esos enjendros duros, que te destrozan por dentro y por fuera, con esos cierres más cercanos a cualquier juguete sexual de la inquisición que a otra cosa. Por lo menos este año me parece que acerté con el número, y no tendré que soportar el tener dormidos durante tres meses los dedos de los pies (cosa que me sucedió el año pasado, y que no debe ser raro). Por todo eso, me pregunto, que cojones hago yo, que no he olido el deporte ni de lejos, que solo lo concibo en un bar con unas cervecitas, metido en una montaña, donde ni siquiera se acercan los osos.... Pues por la cervecita de la nieve hombre!
1 Comments:
28 años y apenas un centenar de kilómetros me separan de las pistas más famosas de la celtiberia... y nunca en mi vida he ido a esquiar... ni ganas!! sin haberlo vivido, todo lo que has comentado, J, me parecen argumentos de peso suficientes como para ni planteármelo. Jamás entendí tanto interés por esta actividad.
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